
La pregunta parece tentadora; surgió esta mañana, cuando conversaba con dos concordienses febriles y de esa charla surgió, la frase: “Callate correntino”. Lo cierto es que, hacía mucho que no me sentía tan correntino, como lo sentí en ese momento, ni siquiera cuando vivía en Ituzaingó (república de Corrientes), de donde soy oriundo y viví hasta los 19 años, a orillas del río Paraná (pero ojo) ahí el Río es tan claro como el agua de la canilla. Después anduve por Córdoba, donde me enamoré e hice familia y hace un año y medio, vivo en Concordia, ciudad donde nació mi primer hijo varón, hace unos ocho meses.
La verdad es que mi recorrido fue corto dentro de todo, tal vez por que “el que se casa, casa quiere” y no da para andar girando por el mundo con todos los críos; pero si sé que hay correntinos que han vivido aún en mayor cantidad de ciudades y provincias que yo y que cualquier otro argentino; algunos más materos que otros, otros más correntinazos, que siguen hablando con la “Ll” y medio en guaraní y otros nos fuimos cambiando con la gente que nos rodea, fuimos aprendiendo y desaprendiendo, convidando un poco de idiosincrasia y aceptando otro poco la del otro.
Por eso, cuando ya uno pasa que más no sea un tiempito en una ciudad, se vuelve, como la gente de ahí, con sus costumbre, con sus cosas; tanto, que llegamos a sentirnos parte de esa sociedad y la verdad es que; hoy me siento tan concordiense como correntino. Se que no es así para todos, por ello el titulo.A donde quiera que he ido, las historias son siempre las mismas, Las de los correntinos que llevan sus costumbres por el mundo, la verdad es que es notable la gran capacidad que tienen, va, tenemos; los habitantes de las tierras del yacaré y el Aguará Guazú, para adaptarnos a otras costumbre, lugares, ciudades, donde la gente es tan distinta a como somos en nuestra provincia. Esa llamada de atención fue para mi, una llamada a la realidad, casi me estaba olvidando de donde venía, donde estaba mi identidad, que más allá de haberse formado en otras ciudades, se esculpió desde el comienzo en ese suelo húmedo, arenoso, de playas vírgenes y atardeceres rosados, como los había, cada día, alrededor de las 7.00 de la tarde cuando tomábamos mate en la vereda de casa, en frente a la barranca con mis amigos, y no pasaban ni las moscas que hicieran ruido. Mucho de eso se olvida pero mucho más se recuerda y en ese casi enamoradizo compartir de identidades, se va labrando nuestra identidad, una identidad surcada por miles de vivencias y millones de tradiciones, costumbres, opiniones, que tal vez nunca hubiésemos asimilado, de no haber cruzado las fronteras del Iberá.
La verdad es que mi recorrido fue corto dentro de todo, tal vez por que “el que se casa, casa quiere” y no da para andar girando por el mundo con todos los críos; pero si sé que hay correntinos que han vivido aún en mayor cantidad de ciudades y provincias que yo y que cualquier otro argentino; algunos más materos que otros, otros más correntinazos, que siguen hablando con la “Ll” y medio en guaraní y otros nos fuimos cambiando con la gente que nos rodea, fuimos aprendiendo y desaprendiendo, convidando un poco de idiosincrasia y aceptando otro poco la del otro.
Por eso, cuando ya uno pasa que más no sea un tiempito en una ciudad, se vuelve, como la gente de ahí, con sus costumbre, con sus cosas; tanto, que llegamos a sentirnos parte de esa sociedad y la verdad es que; hoy me siento tan concordiense como correntino. Se que no es así para todos, por ello el titulo.A donde quiera que he ido, las historias son siempre las mismas, Las de los correntinos que llevan sus costumbres por el mundo, la verdad es que es notable la gran capacidad que tienen, va, tenemos; los habitantes de las tierras del yacaré y el Aguará Guazú, para adaptarnos a otras costumbre, lugares, ciudades, donde la gente es tan distinta a como somos en nuestra provincia. Esa llamada de atención fue para mi, una llamada a la realidad, casi me estaba olvidando de donde venía, donde estaba mi identidad, que más allá de haberse formado en otras ciudades, se esculpió desde el comienzo en ese suelo húmedo, arenoso, de playas vírgenes y atardeceres rosados, como los había, cada día, alrededor de las 7.00 de la tarde cuando tomábamos mate en la vereda de casa, en frente a la barranca con mis amigos, y no pasaban ni las moscas que hicieran ruido. Mucho de eso se olvida pero mucho más se recuerda y en ese casi enamoradizo compartir de identidades, se va labrando nuestra identidad, una identidad surcada por miles de vivencias y millones de tradiciones, costumbres, opiniones, que tal vez nunca hubiésemos asimilado, de no haber cruzado las fronteras del Iberá.